miércoles, 2 de junio de 2010

Cisne Negro

Bueno, esto es un prologo de algo que empecé a escribir. Trata sobre como un hombre se convierte en un cisne negro.
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Existen historias que se cuentan hace mucho tiempo. Criaturas mágicas que habitan nuestro mundo. En lo alto de las montañas en Alaska. En lo mas profundo del bosque, llegando a un lago abandonado, se decía que aparecían cisnes negros y que traían la magia con ellos. Bien, comprame un trago y te contare sobre el Cisne Negro...


Estaba sentado frente al estrado. El jurado estaba a mi derecha. Hablaban en susurros mientras el jefe de policía exponía el caso. El tiempo pasaba con lentitud. El presidente de aquel variopinto grupo se puso de pie cuando lo mencionaron. Respiro profundo.


Mis manos se tensaban dentro de las esposas que las aprisionaban. Todo me daba vueltas. No prestaba atención a nada de lo que ocurría a mi alrededor. Mantuve la vista fija sobre los labios de aquella persona, tratando de comprender algo de lo que decía. Mi corazón se detuvo cuando dio el veredicto “Culpable”.


Sentí como me faltaba el aire, iba a desmayarme. Los guardias me tomaron de los brazos, levantándome mientras el juez me sentenciaba a cadena perpetua. Sentía mucha impotencia y mucha ira en mi interior. Me condujeron a través de los pasillos hasta la salida. Me subieron a una camioneta de la policía y me condujeron a la que iba a ser mi prisión hasta el día de mi muerte. Jamas olvidaría las sonrisas de los reos al verme ingresar a ese espantoso lugar.


Abrí los ojos. Había vuelto a soñar con el día del juicio. Cada dos por tres volvía a recordarlo. Habían pasado 3 largos años desde aquel veredicto. Estaba encerrado en prisión por algo que yo no había cometido. Tenia que ir a entregar un trabajo que me habían pedido. Estaba como ayudante en una empresa gráfica, y me habían encargado un pedido. Llegue al destino y cuando me hicieron pasar encontré el cuerpo de un hombre en el suelo, en una mancha de sangre. Me acerque a el preocupado y tome su pulso pero ya estaba muerto. Eso había sido mi condena. Cuando la policía llego estaba como principal sospechoso y el cuerpo tenia mis huellas. Ahora para la justicia era un homicida.


Había sido trasladado a la prisión de Alaska. En lo alto de las montañas. Hacia frío y estaba harto de aquel sitio al que no pertenecía. Yo no había cometido ese crimen por el cual había sido inculpado. Tenia que huir de ese sitio. Las paredes eran bastante altas, pero con un poco de carrera podría saltarlas.


Aguarde durante el día, planeando mi huida. Durante la noche había pocos guardias haciendo vigilancia. Ya caía la medianoche cuando pedí de ir al baño. Uno de los guardias me acompaño y como me portaba bien, me permitían ir sin esposas.


Los baños estaban en la parte baja de la instalación, cerca del patio. Cuando llegue a la puerta de este, el guardia se adelanto para abrirla ya que la cerraban con llave por las noches. Golpee su nuca y antes de que cayera al suelo lo metí en el baño. Corrí apresurado tomando sus llaves. Salí al patio. Era un campo abierto a los guardias y sus armas pero no me importo. Corría lo mas rápido que me daban las piernas mientras oía los gritos de los soldados, avisando que había alguien intentando escapar. Trepe una de la paredes, rogando por que ninguna bala me diera. Estaba cerca del borde de alambre. Podía oler mi libertad. Mis manos se clavaron en la metálica protección pero no me importo, apoye los pies como pude y salte. Mi pierna se enredo con el alambre y este me desgarro la piel. Oí varios disparos, pero todos pasaban cerca, excepto uno. Me dio en el hombro izquierdo, cerca del corazón.


Caí por la montaña llena de nieve, tiñendo todo de rojo. Me dolía el cuerpo, rodaba en la masa blanca y fría, mientras se provocaba una avalancha. Yo debía morir en ese momento. Termine cayendo sobre una superficie dura y helada. La sangre brotaba de mis heridas y mi cuerpo me dolía. No podía ponerme en pie. Ahí fue cuando los vi. Decenas de hermosos cisnes negros. Sus plumas eran como la noche, perfectas y brillantes. Sedosas. Uno de ellos me miro y voló hacia mi. Para mi sorpresa, se acercaba a mi herida y lloraba sobre ella. Un calor abrazo mi cuerpo. Sentía como mis heridas cicatrizaban. Algo brotaba nuevo en mi interior. Mis brazos se recubrieron de plumas. Mi cuerpo se transformo. Ahora era uno de ellos. La que me transformo era una de las que llamaban “Madres”. Solo había 3 mujeres en el grupo. 3 mujeres grandes, pero eran como las abuelas de los cuentos de hadas. Siempre bondadosas y pensando en los demás. Mi madre era Akasha. También estaban Aria y Frai.


Es como ya te dije antes... Esas historias se cuentan hace mucho tiempo, no puedo decirte con exactitud quien contó aquello, seguramente es un cuento deformado por el tiempo, pero bien, tu me pediste que te cuente su historia y yo lo hice por el trago. Ahora queda en ti creer si lo que dije es cierto o no.


Me levante lentamente y salí de aquel lugar. Era cierto que existían los cisnes negros. Criaturas que poseían magia. Podían curar heridas, transformar a las personas, darles una nueva oportunidad. Nosotros elegíamos a nuestros nuevos compañeros. Les salvábamos la vida, como ellos habían hecho conmigo. Somos los guías de las almas. Solo aquellos que están por morir pueden vernos. Muchos dicen que son afortunados al ver un cisne negro, pero no saben que nuestra especie es la que abre las puertas al descanso infinito. Con respecto a la historia que te conté, es cierta. Ocurrió hace un año exactamente. Y te voy a decir la verdad... Yo soy ese ex convicto. Ahora vivo libre como un cisne, pero lo mas importante es que vivo...


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