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Allí estaba la Mujer. Con un movimiento suave se quito un fino cabello de la cabeza y lo deposito en la tierra. Plantándolo como si de una semilla se tratase. Medito tranquilamente como hacer que esa ondulante hebra de cabello tomara forma. Sabia como hacerlo, después de todo era la diosa de la Vida. Extendió su mano y sacudió el bastón sobre el cabello, pero nada ocurrió.
Frunciendo el ceño, decidió probar de otra manera. Clavo el báculo con fuerza detrás de su futura creación. La vara se ilumino y de su interior brotaron cinco esferas de distinto color, pero parecidas a las que le habían dado la vida a ella misma.
Danzaron alrededor de la hebra, como depredadores al acecho. Pero en una total armonía. Poco a poco fueron uniéndose, mientras un remolino de tierra se levantaba a su alrededor cual tornado. Eliminando cualquier visión que podía tener la deidad con su creación. Pero ella sabia lo que ocurría, no necesitaba verlo. Aun con las manos extendidas sobre su bastón, mantenía la concentración y los ojos cerrados. El tiempo parecía haberse detenido en ese preciso instante, antes de que la hebra de cabello explotara en rayos, que atravesaron la tormenta que se había interpuesto entre ambas.
La diosa bajo las manos, exhausta y cansada y contemplo su creación. A sus pies, estaba una joven mujer de cabellos oscuros como la noche. Totalmente desnuda. Sus manos estaban apresadas por esposas, unidas por una larga cadena que le daba movilidad. Así fue creada la Diosa menor de la Señora de la naturaleza y de la vida.
La joven se estremeció. Jadeo en busca de aire que ingresar a sus pulmones. Un leve quejido salio de su garganta mientras abría los ojos de golpe. Parpadeando varias veces, y luego miro a su alrededor. Todo lleno de color y de vida. Poso sus ojos grises sobre los de la mujer que tenia enfrente. Su belleza y esplendor hicieron que su estomago se encogiera. No sentía miedo, pero si un profundo respeto.
Con esfuerzo apoyo las manos en la árida tierra y se arrodillo. Con suavidad rodeo las piernas de la deidad con las manos, hasta apoyar su mejilla en la rodilla de la misma. Su Creadora. La Señora a la que le debía la vida.
-Madre...estoy a tu servicio...-
Su voz era suave y cálida. Su cabello caía sobre su cuerpo cubriéndola como el manto de la noche cubre a la tierra. Levanto la vista para encontrarla nuevamente con la de aquella mujer de increíble belleza para la joven.
Con cuidado y calma se puso de pie. Una fina tela de color celeste pálido cubrió su cuerpo hasta formar un vestido cómodo. Agacho la cabeza en señal de agradecimiento.
-Vamos...Eria...-
Le había dado un nombre. Así debía llamarse a partir de ahora. Se sentía orgullosa de que la nombrara y de haber sido creada. Cuando la Diosa de la Vida comenzó a caminar, la siguió con paso diligente sin perderla de vista.
Observo todo a su alrededor. Formas y colores. Distintas sensaciones y aromas. Todo era nuevo. La diosa comenzó a enseñarle acerca de la vida. De su labor en la tierra. La aprendiz escuchaba como su Creadora compartía su conocimiento con ella. Aprendía a gran velocidad.
Los volcanes en erupción, los maremotos, los tornados, los huracanes. Pronto aprendió a comunicarse con los desastres naturales que la habían creado. Se sentía una con ellos. Su carácter, se había forjado gracias a aquellas causas. Sus principios. Todo había sido inculcado a través de la vida que le habían proporcionado. La naturaleza y la vida lo controlaban todo. Su Madre no tenia simpatía por los demás. Ella no tenia problema con los otros, pero ambas eran neutrales.
Para la joven Eria no existía el bien o el mal. Todo aquello que dañara lo que le importaba era enemigo y aquel que no dañaba pero no protegía también lo era...
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